TAMIZ
Escribir es hacer
dos series. La primera
la imaginás: comienzos
que no cuajan, atisbos
que duran un segundo
y que se desvanecen
porque son malos. Arde
esta serie, abortada
cada vez que, sentado
a la mesa, intentás
otro poema. La otra
es lo que se formó,
lo que vale. Lo chirle
que te callás es un
maremágnum de gnomos
que aplastás cuando irrumpen
de una fontana límpida
tu ideal, sus canciones.
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